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Películas de acción en el cine dominicano: el recorrido de 15 años hasta llegar “A tiro limpio”

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En el mapa aún en construcción del cine dominicano, el género de acción ha sido, por años, un terreno inestable: explorado con entusiasmo, pero pocas veces con verdadera profundidad. 

“A tiro limpio”, que se estrenará a partir del 7 de agosto, es primer largometraje de Jean Guerra, representa un paso firme en esa ruta. 

No solo porque expande un cortometraje previamente celebrado, sino porque confirma que el cine de acción hecho en República Dominicana ha dejado de ser una anomalía. 

Ahora es una lengua propia, con códigos locales, tonos híbridos y una audiencia receptiva.

La pieza original —dirigida también por el hijo del cantautor Juan Luis Guerra— era breve y certera: una muestra de dominio técnico y narrativo que jugaba con el suspenso, la violencia y el drama urbano sin perder de vista lo humano.

Llevar esa historia a un largometraje no implicaba simplemente extender su duración. Significaba apostar por una madurez de estilo, por personajes más complejos, por un discurso más claro sobre el país que habitan. Y “A tiro limpio” lo logra.

La película combina persecuciones, traiciones, venganzas y códigos del thriller clásico, pero los reinterpreta desde lo dominicano, sin caer en la imitación fácil ni en la caricatura.

Este estreno, sin embargo, no aparece en el vacío. Es el último capítulo de una evolución que comenzó, al menos con claridad, en 2009, con “La soga”, dirigida por Josh Crook y protagonizada por Manny Pérez. Aquella cinta marcó un antes y un después.

Su antihéroe era distinto a todo lo visto hasta entonces en la pantalla nacional: un sicario con conciencia, atrapado entre la justicia y el crimen.

“La soga” fue directa, violenta, urbana. Mostró sin tapujos una realidad marcada por la corrupción, el sicariato y la impunidad.

Sus secuelas, “La soga 2: Salvation” (2021) y “La soga 3: Vengeance” (2023), ambas dirigidas por el propio Pérez, consolidaron una trilogía que, más allá de su ejecución, apostó por la continuidad narrativa—aún poco frecuente en nuestro cine—y por un universo ético con dilemas claros.

Paralelamente, otros cineastas comenzaron a experimentar con las posibilidades del género. “Jaque mate” (José María Cabral, 2011), por ejemplo, apostó por un thriller en tiempo real, con estética de noticiero televisivo y atmósfera claustrofóbica.

Cabral repetiría el interés por la acción desde un ángulo lúdico en “Detective Willy” (2015), una comedia de aventuras que mezclaba cine negro con sátira local.

El cine dominicano de acción, como es evidente, no es uniforme. Títulos como “Código paz” (Pedro Urrutia, 2014) introdujeron una estética más estilizada, cercana a los modelos internacionales, sin perder el ritmo narrativo ni la sensibilidad dominicana.

Urrutia demostraría nuevamente su pulso en “Carta blanca” (2021), donde la corrupción institucional y la violencia estatal se vuelven protagonistas de un relato que alterna entre lo policial y lo dramático.

LA IRREVERENCIA

También hubo espacio para la irreverencia. “No hay más remedio” (José Enrique Pintor, 2014) combinó acción y comedia en un relato de enredos con atracadores torpes y sueños imposibles. 

Mientras que “Los Súper” (Bladimir Abud, 2013) imaginó una especie de tragicomedia de barrio protagonizada por superhéroes dominicanos: marginales con buenas intenciones que, entre risas y decepciones, trataban de cambiar su entorno.

Estos filmes, más que seguir recetas hollywoodenses, se apropiaron del género para reírse de sus convenciones, adaptarlas, dominicanizarlas.

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